Esther



Era una noche con niebla y Esther estaba subida en el carrusel. De pronto se sintió mareada y decidió bajarse y volver a casa. Por el camino, cruzando los bosques, se encontró al Lobo López que le preguntó si por fin ese iba a ser el día en que Esther dejaría que se la comiese pero ella le dijo que no y siguió el camino hasta llegar a casa.

Cuando estaba a punto de entrar miró hacia la casa de su vecino, el señor Miner, y vio la luz encendida. Pensó que quizá él pudiera darle algo para el mareo así que fue, y toco a su puerta y él le invito a entrar amablemente. Esther le expuso su problema y el señor Miner se puso manos a la obra. Echó agua en el tubo de ensayo, un poco de cloroformo, benceno, esencia de la juventud y algo corrosivo. Encendió el fuego y puso el tubo de ensayo a calentar rezando por que aquello no fuera inflamable. En diez minutos el remedio ya estaba hecho y se lo sirvió a Esther y esta se lo bebió a pesar de la desconfianza que le merecía aquel mejunje. Pero le quitó el mareo al instante así que no pudo mas que deshacerse en elogios y agradecimientos al señor Miner durante más de media hora.


Gracias señor Miner.


Esther se marchó de allí y volvió a su casa. Entró y justo al cerrar la puerta vio en el recibidor el libro que le había prestado su vecina, la señora Meier y recordó que le había pedido que se lo devolviera cuanto antes porque lo necesitaba. Pensó que lo mejor sería hacerlo ya y así se lo quitaba de encima así que tal como entró, volvió a salir y fue hasta casa de la señora Meier, toco a su puerta y esta le abrió. Esther le dio el libro y la señora Meier se lo agradeció y le invitó a pasar para enseñarle el plato que estaba cocinando, una sopa que estaba destinada según ella a ser “La sopa definitiva”. La señora Meier era una cocinera genial y muy extravagante también así que mientras hablaban de sus cosas, la señora Meier iba echando cosas al caldero que hervía a fuego lento, muy lento. Echaba colas de lagartija, trocitos de nube, absenta, un disco de música rayado...

De pronto pensó que podría añadir algo de hierba de San Juan, pero no era el día de San Juan. El único sitio donde se podía encontrar hierba de San Juan cuando no era el día de San Juan era en el jardín del señor Miner que era un tipo muy listo y a sabiendas de ello había plantado unas cuantas en su jardín. Le pidió a Esther que se quedara para ver el resultado y la verdad es que viendo el panorama, estaba muy intrigada por saber como quedaría esa sopa así que accedió y la señora Meier fue a casa del señor Miner.

Toco a la puerta del señor Miner y le expuso la situación a lo que él, amablemente, accedió. Fue a su jardín y recogió un poco de hierba de San Juan. Justo entonces la señora Meier tuvo la extraña idea de incluir al señor Miner como ingrediente de su sopa. No lo tenía del todo claro pero bueno, siempre había estado enamorado de él y se preguntó muchas veces a que sabría su amor así que ató al señor Miner, se lo echó sobre su hombro izquierdo, agarró las hierbas y se fue. Por el camino vio al Lobo López disfrazado de cartero llamando a la puerta de Esther y pensó en lo listo que era ese lobo y se preguntó a que sabría la audacia así que decidió que sería otro de los ingredientes para “La sopa definitiva”. Ató al lobo y se lo echó sobre su hombro derecho y a cuestas con él, el señor Miner y las hierbas regresó a casa y los echó al caldero. Esther estaba atónita ante tal situación pero se moría de curiosidad y encima le había entrado hambre.

Pero la señora Meier aún no estaba del todo convencida. Le faltaba un ingrediente pero ¿Cuál era? Empezó a pensar y de pronto se le encendió la bombilla ¡Faltaba pasión, faltaba ella! Siempre se preguntó que sabor tendría la pasión así que no se lo pensó dos veces y se tiró de cabeza al caldero, riendo como loca de contenta. Esther se quedó pensativa durante horas por lo ocurrido. Cuando estaba a punto de salir el sol decidió que iba a ir hasta el final así que se sirvió un plato de aquella sopa y se sentó en la mesa frente al enorme espejo que presidia el comedor de la señora Meier y con miedo, probó la sopa. Aquello estaba tan rico que no pudo resistirlo y se comió el plato entero y hasta repitió. Cuando acabó se echó hacia atrás apoyando todoasu espalda contra la silla de lo llena que estaba y entonces, con los primeros rayos del sol entrando por la ventana, se miró en el espejo y no pudo creer lo que vio.

Esther se había convertido en la chica mas bella del mundo. Los hombres se pegaban por hablar con ella. Los niños ya no se enamoraban de la profesora de lengua. Todos enloquecían al verla y en el pueblo pronto empezó a llegar gente de todas las partes del mundo solo para verla con sus propios ojos.

Gracias señora Meier.

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