Esclavo de las luces de la ciudad



Trey caminaba por las calles y los coches le cegaban con sus potentes faros.
Pasó por una joyería y vio a Holly Golightly pegada a un escaparate mirando con fruición a través del cristal y Trey se acercó.

—¿Qué estas mirando? —preguntó.
—¡Necesito urgentemente que mi chico me regale uno! O tú ¡Consigueme uno! —respondió ella.

Trey miró al interior y se vio deslumbrado con tanto oro y diamantes.

Trey tenía un resfriado que no terminaba de curarse así que fue a una farmacia pero justo antes de entrar vio una cruz verde enorme, parpadeante. Quedo hipnotizado mas de media hora por los casi epilépticos destellos. Cuando volvió en si se preguntó: «¿Que había venido a hacer aquí?» y al no recordarlo, siguió andando.

Pasó por el barrio rojo y todos esos carteles de neón con chicas despampanantes, triples equis y cabarets le dieron calor.

Decidió meterse en un bar y tomar un cerveza bien fria mientras leía un libro sobre Monroe y se preguntaba de que coño hablaba.

Salió del bar y siguió andando hasta el final de la calle y encontró una vieja iglesia. Lucía un cartel luminoso enorme que decía: “Visite nuestra página web para recibir la salvación”
Entro tímidamente en la iglesia y pregunto en voz alta:

—Está el señor párroco?

No hubo respuesta y preguntó aún mas alto:

—¡Dios! ¿Estás ahí?

Dios permaneció callado, Jesucristo, crucificado tras el altar, permaneció inmóvil. Solo su propia voz le respondía con eco.

Salió de la iglesia y siguió caminando. Miraba las ventanas de los pisos, algunas estaban encendidas aún y se preguntaba:

«¿Me estarán esperando en alguna de estas casas? ¿Puede que en algún lugar mas lejano? Quizá sea mas simple y no me estén esperando en ningún lugar al fin y al cabo».

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