Una serpiente se cruza en mitad de la carretera. Su piel plateada destella con el sol hasta cegarme. Un trocito de mi mente se pierde en cada duna imaginaria. El tiempo inexorable hace prisioneros en los confines de la razón.
La lámpara de la mesita de noche vibra en harmonía con el rojo de tu pintalabios. El olor del incienso me hechiza. Tus curvas se proyectan en la pared contoneándose como el humo y dibujan la Alhambra.
Y cuando por fin tus labios rozan mi cuello y tus colmillos se hunden en la manzana, miles de estrellas se deslizan por el sumidero de un pentagrama como una serpiente hasta estremecerme tan intensamente que me quedo sin aliento y su cascabel, tintinea tu nombre como el timbre de un despertador martilleando dentro de mi cabeza tan incesante que mi corazón se salta un latido.
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