Sueña la Alhambra



Imagina que es verano en la calle del Duende.

Sale el sol que, arrogante y con su ímpetu, nos despierta. El sonido del agua bajando por el Darro y alguien que toca la guitarra en su orilla nos brindan la banda sonora perfecta para arañar un rato mas en la cama hasta que al fin nos levantarnos.

Bajamos al bar de la esquina y desayunamos un café con leche y un buen medio de jamón.

Damos una pequeña vuelta y vemos tiendas de marcas consumistas hasta sentirnos sucios y se hace la hora de comer. Unas tapitas y unas cañas mientras los surtidores nos riegan con agua pulverizada. El sol esta en su punto álgido y el calor aprieta mucho ya. Volvemos a la habitación, bajamos las persianas y ponemos el ventilador para echarnos la siesta.

Nos despertamos a media tarde y entre achuchones y abrazos sudorosos que nunca supieron tan bien, decidimos levantarnos.

Nos pegamos una buena ducha y aprovechamos que el sol ya ha empezado el ritual de esconderse para salir de nuevo.

Con el pelo aún mojado, llegamos hasta puerta Elvira y nos tomamos una caña. Después iniciamos el ascenso por la cuesta de San Gregorio. Pasamos por el número nueve y yo como siempre, no puedo evitar parar, echar un vistazo a esa casa y al cielo y sentirme pequeño ante el arte y el alma de Morente que confluyen en uno de los puntos mas mágicos de este planeta.

Subimos por el Albahicin y a medio camino, cansados y sedientos, decidimos parar a bebernos una limonada con hierbabuena.

Luego retomamos nuestro camino hasta que por fin llegamos al mirador de San Nicolás. El sol se está poniendo y después del peregrinaje, nos merecemos sentarnos y contemplar la Alhambra. Mientras nos derretimos ante la inmensidad del arte y la historia, escuchamos atentamente lo que las diosas nos tienen que contar. Y al final, de tanto derretirnos, nos fundimos en un beso realmente dulce con aroma de jazmín y sabor a hierbabuena.

Extasiados tras ese beso y sin saber muy bien por que, tenemos la certeza de que la noche nos va a deparar algo mucho mejor.

Y así, iniciamos el descenso hasta abajo, tan abajo que nos tomamos un par de copas en el Amador y volvemos a nuestra habitación.

Es entonces cuando nuestros presentimientos se cumplen.

Nuestros deseos se cumplen y los dos bien pegaditos, soñamos la Alhambra.

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