Le dije a Marta que se sentara en las escaleras para hacerle una foto. Era gracioso verla encogerse de hombros con resignación porque no le gusta mucho que le hagan fotos. Miré por el objetivo varias veces y aparté la cámara para verla con mis ojos un poco más.
Era adorable verla ahí sentada. Tenía tanta vergüenza que se abrazaba con fuerza a sus piernas queriendo esconderse tras ellas.
Ahí estaba, con su tímida sonrisa, su pelo recogido torpemente y sus ojos negros. Unos ojos que te atrapaban hasta sumergirte en la noche que ocultaban. Una noche de verano a la luz de la luna con Marta tocando una y otra vez “Seul Ce Soir” con su violín.
Quizá un día acierte las notas. Quizá un día tocaremos juntos “Seul Ce Soir” y el resto de las noches serán así.
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