Estaba encerrado en aquella consulta con la doctora.
Nos tumbamos en el suelo y puso un paraguas en mi ojo. Tuvimos ensoñaciones y aquel techo blanco que mirabamos se volvió azul y en el, empezaron a pasar ovejas con la cabeza de una mosca y nos pusimos a contarlas.
Pasado un rato, me dijo que estaba algo cachonda y me pidió que le hablara en mayúsculas porque eso le ponía. Se puso a mil y nos acostamos debajo de la camilla y mientras lo hacíamos, las pelusas que habían allí se convirtieron en clavos, pero no nos hacían daño porque éramos faquires.
Después de hacerlo, llamó al Dr. Robert y nos fumamos una sandia mientras manteníamos una profunda charla telepáticamente sobre los zorros marinos del africa polar y la petanca femenina.
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