Aparcamos en un oscuro rincón apartado de la vía láctea.
Apagué el coche, nos miramos y sonreímos tímidamente.
Nuestros labios se tocaron con cautela.
Nuestros cuerpos se acercaron peligrosamente.
Pronto nuestras manos acariciaban al otro
Y nuestras lenguas se entrelazaban desinhibidas.
Mis dedos se deslizaron por lo más prohibido de su cuerpo.
Ella se balanceaba como un péndulo,
Se retorcía como una serpiente,
Se contoneaba como el humo.
Una llave creció mágicamente entre en mi mis manos
Y decididamente me abalancé sobre ella.
Intentando abrir la cerradura de cada una de sus terminaciones nerviosas.
Intentando descubrir cada rincón de su mente.
Caminando por el largo desierto de dunas interminables
Donde en algún lugar Cleopatra se bañaba en leche.
Conduciendo por la carretera
Que Afrodita había grabado a fuego en sus curvas.
Nadando en el río que algún día
Galatea transformó en sangre.
Y la luna, las estrellas, los planetas, las supernovas
Lucían con sus hermosos colores en el cielo negro.